Adán Augusto, el zombie político del Senado: opacidad y crisis en Morena
Por: Gabriel A. Corral Velázquez
Que aclare el senador

La caída de un operador político
Las últimas imágenes que hemos visto del senador Adán Augusto López Hernández, solo frente a los reporteros en la sala de prensa del Senado de la República, presentan la figura de un zombie que deambula en la oscuridad de los pasillos, oculto y con una larga lista de asuntos sin resolver.
Del todopoderoso secretario de Gobernación, algo a lo que hace referencia cada que puede, ya solo queda el recuerdo. Hoy en día sobre él pesan tantos señalamientos y dudas que resulta difícil imaginar y creer que no tuviera conocimiento de lo que sucedía a su alrededor.
Comunicación política y el “control de daños”
Frente a la crisis de credibilidad que encarna el senador, es imprescindible pensar en la figura clásica de la comunicación política: el control de daños.
En cualquier sistema democrático robusto, este control supone anticiparse al desgaste; aislar responsabilidades y, sobre todo, dar respuestas claras a la ciudadanía.
Sin embargo, en los últimos siete años de gobierno de Morena la estrategia ha sido otra: apostar por el desgaste y recurrir de manera deliberada a la opacidad, aprovechando la rentabilidad electoral de esos treinta y seis millones de votos. Más que transparentar, se opta por dilatar, confundir o desviar la conversación pública hacia otros temas.
De secretario de Gobernación a senador incómodo
Como secretario de Gobernación, Adán Augusto fue el operador más cercano al presidente López Obrador; como senador es hoy una carga difícil de justificar para su propio movimiento.
La lógica del control de daños sugeriría tomar distancia inmediata, pero en el tablero de Morena no se juega con las reglas de la transparencia sino con las de la conveniencia política. La prioridad del partido en el gobierno no es rendir cuentas, sino administrar los tiempos, minimizar los escándalos y garantizar que las lealtades políticas no se fracturen, esa unidad de la que tanto hablaban los priístas en sus mejores tiempos.
El costo democrático de la opacidad
El problema de fondo es que esa lógica erosiona la confianza ciudadana. En lugar de fortalecer las instituciones con transparencia activa, el gobierno reproduce prácticas conocidas: ocultar información, relativizar acusaciones y convertir en espectáculo mediático lo que debería resolverse en el terreno de la legalidad.
La consecuencia es clara: una democracia de baja calidad, incapaz de garantizar la rendición de cuentas.
Adán Augusto como símbolo de la opacidad
Hoy el senador Adán Augusto López Hernández se convierte en un símbolo de la opacidad que genera más dudas y despierta sospechas. No solo refleja su propia debilidad política, sino también la fragilidad de un sistema que no asume la transparencia y la legalidad como principios rectores.
En lugar de asumir la oportunidad de esclarecer, se opta por la sombra, por la estrategia del silencio y la evasión. Lo paradójico es que la presidenta insista en la necesidad de que se aclaren los escándalos mientras ella misma evita pronunciarse de forma directa. Ese doble lenguaje convierte la exigencia en retórica hueca.
Entre el silencio y el cálculo político
En política no hay coincidencias: lo que parece omisión es estrategia; lo que aparenta silencio es cálculo.
Y en este cálculo, el país transita en un terreno en el que la transparencia se concibe como amenaza y no como fundamento democrático. A Morena le resulta urgente revertir esa lógica, optar por transparentar y sacudirse el lastre de la opacidad.
El futuro político en juego
Una democracia que se pretenda de calidad requiere instituciones abiertas, mecanismos efectivos de rendición de cuentas y la certeza de que ningún funcionario está por encima del escrutinio público.
Con el transitar de las semanas sabremos cuál es el futuro político de Adán Augusto López Hernández, quien se resiste a morir en el terreno de la política, pero que hoy no va más allá de la sombra y el lastre que proyecta.