25 octubre, 2025

¿Sirve prohibir narcocorridos en conciertos?

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Lisandro Meza, profesional del entretenimiento, abre el debate: ¿es la música bélica un riesgo social o una expresión cultural?


¿Prohibir la música bélica y los narcocorridos en Querétaro realmente funciona?


La música de corridos en México no es nada nuevo, puesto que tiene una tradición que viene desde el cantar barroco español, para posteriormente insertarse en la época colonial mexicana e irse transformando en la Revolución, contando hazañas heroicas de valientes y “machos”.

Vamos a ser sencillos y claros: era una forma de comunicación para transmitir la historia de boca en boca con guitarras y voz (no se tenían medios de comunicación efectivos). Pero el tiempo no se quedó quieto y, al llegar el modernismo y una nueva realidad del mexicano —incluyendo la migración a Estados Unidos y, claro, la cultura del consumo de drogas del otro lado de la frontera—, el corrido tradicional se fue mezclando hasta convertirse en lo que hoy conocemos como narcocorrido o música bélica.

Ahora, Querétaro decidió ponerle un freno a estas expresiones en vivo y la idea en principio es sencilla, incluso podría parecer efectiva: cortar de tajo las ganancias que este género genera en conciertos y espectáculos, porque ese dinero muchas veces termina alimentando las mismas dinámicas de violencia que tanto nos preocupan.

Suena lógico, ¿no? Reducir la exposición pública y la derrama económica para, en teoría, disminuir la inversión, la diversificación económica sin impuestos (saben a lo que me refiero), evitar la creación de nuevas bandas y, con ello, los efectos negativos del género en la sociedad.

Sin embargo, la historia nos enseña algo: lo prohibido muchas veces se vuelve más atractivo. Los teóricos de la comunicación, como los de la “agenda setting” o la “espiral del silencio”, lo han explicado incontables veces: cuando censuras, puedes darle más fuerza a lo que intentas apagar.

Entonces la pregunta es: ¿qué sigue? ¿Cómo le damos la vuelta al mensaje de enaltecimiento bélico y violento del narcocorrido? ¿Qué pasaría si, en lugar de quitar los conciertos, se prohibiera el consumo de alcohol en estos eventos? ¿Tendrían el mismo impacto la melodía y la letra sin el factor de la fiesta, la peda y el alcohol? (Ya existen estados en la República que aplicaron este modelo y los eventos quedaron desolados).

¿O qué pasaría si el gobierno incentivara —con apoyos económicos o en especie— a los artistas del género regional mexicano para escribir corridos de esperanza, de comunidad, de superación? ¿Corridos para la Constitución y enaltecimiento a una nueva cultura mexicana?

La prohibición en Querétaro puede ser apenas un primer paso, pero la verdadera clave no está en silenciar por completo las bocinas, sino en transformar la letra que, como mexicanos, decidimos cantar. Porque la música, ayer y hoy, ha sido el eco más fiel de lo que vivimos a ras de suelo: nuestras luchas, dolores, sueños y esperanzas.

Si queremos un cambio profundo, no basta con bajar el volumen; necesitamos escribir juntos una nueva melodía que refleje lo mejor de lo que somos y lo que queremos ser.

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